Había una cierta expectativa en el aire; según el hombre que se presentó ayer en las noticias habría un fuerte terremoto el sábado de la siguiente semana. La mayoría estaban escépticos puesto que el hombre de 35 años, electricista de oficio, argumentaba que se le había presentado Dios y le había dado la revelación mismo pastorcito de la virgen. Con Biblia en mano se había paseado por todos los canales del medio que le abrieron la puerta para advertir a los infieles. Al día siguiente de su pronostico un fuerte temblor a media mañana hizo a la gente ponerse un algo nerviosa; ¿y si tiene razón?... ¿y si Dios en verdad se le había aparecido?... ¿si estábamos ignorando a un santo?... Era el comentario común en las oficinas y universidades, en la cama y en el baño... ¿será verdad?.
Carmela (de 76 años) había estado con hincones en el pecho desde que vio la noticia de la predicción, atormentaba al viejo (de 78 años) para que no saliera a la calle puesto que en cualquier momento se iba a acabar el mundo. Apartó todos los muebles que estorbaban un escape rápido a la puerta de la calle, hizo que la empleada limpiara y encerara toda la casa y puso su mejor bata cerca de la cama, de esa manera se sentiría preparada y se pasaba la tarde sentada junto a la puerta, rosario en mano, esperando al viejo que se había vuelto a escapar a la calle.
A un par de distritos, amaneció como de costumbre un parroquiano ajeno, con los ojos irritados por el insomnio aunque logró dormir un poco a partir de las 6 de la mañana. Se vistió luego de mirar por un rato al vacío y salió de su casa mirando a todos lados, con la noticia en la mente alucinaba como sería que las paredes se desplomaran de un momento a otro. Soñaba con la destrucción mas no con la muerte de otros... tal vez la suya; ya lo había intentado un par de veces, una vez con jeringas y otra con pastillas molidas, pero prefirió postergarlo para otra ocasión mejor planeada, esta vez sería perfecto, sin brazos amoratados ni diarreas, tal vez cuando le quitaran la mirada de encima; tal vez cuando se le acabara la satisfacción de la atención atraída. Soñaba con la agonía como gloriosa reivindicación de las horas perdidas en su habitación y pensaba que tal vez que esos segundos serían lo más parecido al vientre materno.
Caminó un par de cuadras más y seguía imaginando postes cayendo a su paso y con gente corriendo despavorida por la calle; pero en su mente seguía el pensamiento del Dios que le había hablado a un tipo ordinario... si fuera verdad... ¿por qué a ese tipo?... y si fuera verdad... ¿por qué a él no? ¿Qué se necesitaba para ser tan especial?
El viejo como de costumbre tomó el sombrero, de esos que ya no se usan, y salió a la calle sin decir a donde iba. La anciana tratando de mantenerse ocupada revisó nuevamente sus joyas y recuerdos de familia y se percató que faltaban algunas, siguió buscando y no cabiendo en su asombro verificó que faltaban más de las que pensaba, en la tarde rebuscó el cuarto de la empleada sin encontrar joya alguna. Luego vió al viejo entrar a la casa con un sombrero nuevo y un par paquetes debajo del brazo. Quiso pretender que nada sucedía y después de un par de golpes en la almohada, mandó a servir la comida.
A paso de tortuga llegó el día profetizado, muchos durmieron de pie y otros con un ojo abierto, a la hora predicha todos finalmente miraron el reloj cercano, esperando sin respirar que el segundero rebase la hora que había fijado el electricista, dejando las mentes entumecidas y confusas pasó la hora... todos se miraron en silencio, luego, como nada sucedía se encogieron de hombros y se fueron a tomar desayuno. En medio del silencio, exactamente a las doce del día empezó un remezón que pareció eterno, donde el viejo se desnucó cayendo por las escaleras enceradas y la vieja quedo muda en el segundo piso, mirando como planeaba el sombrero del viejo, que no se quitaba ni para ir al baño.
Todo el camino hasta el ataúd del abuelo (de 78 años) había sido demasiado aburrido, las paredes habían permanecido quietas, no habían postes desplomados, la gente caminaba como siempre metida en sus asuntos... el cuello de la camisa le picaba, se sentía inquieto, aún decepcionado... con una mueca en la cara miró aquel cuerpo sin vida, salía espuma de la boca del abuelo... En el vidrio del ataúd aún estaban tibias las lágrimas de la abuela (de 76 años) que seguían pidiendo perdón por haberlo empujado...
– y abuelo... que se siente morir?...
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