Como otros días, cuando caía la noche, el paladar se vuelve inquieto y la lengua seca no deja pensar. Miraflores se extiende como una manta de posibilidades, tal vez iguales como las de antaño, pero a él no le gusta, hay demasiada gente, no son la misma. Con cualquier pretexto, que a nadie le importa ya, sale a una hora determinada a sabiendas que la morena no llegará hasta dentro de una hora, para evitar frases repetidas se lanza sonriente a caminar, ambos lo saben. Saldrá a algún lugar donde lo reconozcan, donde sepan su nombre, el cual acarrea horas de trabajo sin esfuerzo, de labia fina y regalada, ¡a lo que se llama un don de dios! Con la misma labia y con una sonrisa estirada, le pide al mozo de turno una cerveza, que lo conoce como todos los demás, ¡cristal por dios! ¡Porque las demás saben a pichi!, ¡las otras son las que toman los cholos! Exclama subiendo la voz, cada vez más a medida que avanza la hora. Su verbo es extenso, por algo es un poeta, de los pocos que quedan, porque los otros escriben mierdas, porque los demás no les llegan ni a los zapatos, son niños jugando a oficios de adultos. Los cerebros ahora los producen en masa, por eso no funcionan como los de antes, no como sus colegas de pluma que ahora son cleptómanos, viejos tratando de llamar la atención, luego de haber sido agasajados por todo el mundo, ¡hasta por los japoneses, por dios! Él es inmortal esa noche y todas las demás que pasea por su barrio que ya no es el de antes, hasta que se acerca a un grupo de jóvenes, que según él pueden ser hijos de vecinos. Les pide amablemente si se puede sentar, de una manera imposible de rechazar, casi en rima. Sin una respuesta firme, jala una silla y con un vaso de cerveza en la mano se sienta y tal vez gorreará un poco de cerveza, sólo si es cristal, claro está. Y la conversación girará en torno a él y a que antes Lima era Miraflores y que ahora ambas están cagadas, y su voz prevalecerá, y los demás sólo responderán a sus preguntas, y se preguntan si el viejo este es Genaro, el tío del cinco. Sólo si la mesa es interesante él se quedará. Alguno que por primera vez lo escucha y reconoce lo mira atento, preguntándole con voz firme, pero él contestará sólo lo que considera coherente, lo que le dé en la yema del gusto. Otros mirarán al techo a sabiendas que esto es repetitivo, que cada noche lo hace, que no importa que la morena lo llame una o dos veces al celular, que le dirá algún piropo a modo de excusa y la promesa que está pagando la cuenta y en veinte minutos irá a casa, que por lo general serán dos o tres horas más y que después de esta mesa se irá a otro bar, porque lo que busca es embriagarse de reconocimiento, no de alcohol.
(y alguno de los escuchantes, que se atreve a pensar que puede llegar a ser escritor se pregunta entre chela y chela. ¿Este es el destino de un escritor? mientras se cae de la silla)
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